LOS PIES: NUESTRA BASE Y DONDE EMPIEZA TODO

No esperes a tener dolor, analiza tus sensaciones, cómo gastas el calzado, qué deporte prácticas, con qué intensidad y frecuencia y piensa que tu cuerpo siempre te avisa antes.

El esqueleto está formado por piezas óseas que, perfectamente encajadas a través de articulaciones con diversos grados de movimiento, forman la estructura de soporte del cuerpo.

Los pies, a modo de dos bóvedas, son la parte encargada de mantenernos y desplazarnos con una suavidad y amortiguación perfectas.

 

 

La planta de los pies está protegida por un tejido graso a modo de neumático para que el hueso no reciba la presión directa del suelo.

Además, tiene terminaciones nerviosas y sensitivas que nos informan de manera constante sobre las características del suelo y del peso soportado.

 

 

Cuando en alguna zona de la planta el peso es mayor al tolerado, la piel nos avisa con dolor o con la aparición de callosidades.

Esta información de carga también es transmitida a los músculos y articulaciones y el musculo aumenta su tensión para reducirla, modificando el apoyo.

Por este motivo, cuando aparecen zonas de callosidad, dolor o rozaduras en la planta, habría que valorar por qué se han formado y ofrecer una solución correcta, que puede ir desde una plantilla hasta un calzado adecuado o unos ejercicios específicos.

Por otra parte, gracias a este sistema de amortiguación elástico y natural, podemos mantenernos en pie en superficies irregulares, saltar enérgicamente y someter a los pies a esfuerzos que en ocasiones pueden suponer hasta diez veces nuestro peso.

Para que el esqueleto sea resistente a la vez que ligero, los huesos tienen en su interior una serie de mallas que les quitan peso y los hacen más resistentes, como ocurre con las columnas huecas o con los tirantes transversales que forman, por ejemplo, las grúas o las torres del tendido eléctrico.

Por tanto, las articulaciones se mantienen estables gracias un complejo sistema de cápsulas y ligamentos, además de la fuerza de los músculos.

Para poder soportar las cargas, las torsiones y los desplazamientos, sus superficies están recubiertas de cartílago, que por su contenido en agua y carencia de terminaciones nerviosas sensitivas, son capaces de hacer las funciones de amortiguación y disminución de la sensación dolorosa.

Con la edad este cartílago va perdiendo agua y se va volviendo cada vez más duro. Además, nuestro cuerpo pierde capacidad de reparación, por lo que muchas veces las alteraciones del equilibrio no resultan dolorosas hasta que, con el tiempo, por fatiga mecánica, el cartílago ha adelgazado demasiado y acaba lesionándose.

Los músculos, en cambio, están formados por tejidos elásticos que actúan sobre las piezas óseas con la tensión suficiente como para producir movimientos. Además, ayudan a mantener el equilibrio. Por esta razón, cuando hay alteraciones en los pies o en los ejes, el cuerpo se desequilibra y el músculo tienda a trabajar más, fatigándose y apareciendo signos de dolor o sobrecargas como las tendinitis.

 

 

Normalmente la persona joven tiene suficiente elasticidad y recursos como para cambiar su forma de caminar ante la presencia de una sobrecarga sin darse cuenta de ello, hasta que empieza a notar dolor.

Mediante los sistemas informáticos de análisis de cargas y videográficos que tenemos hoy en día, podemos detectar alteraciones en las presiones o en los ejes de carga antes de que produzcan dolor, es decir, podemos ofrecer una prevención.

Cuando se detecta un desequilibrio se compensa con soportes o plantillas, alzas, cuñas, etc., y con ejercicios adecuados o con cambios en la metodología del entreno (o incluso de deporte), dando tiempo a nuestro sistema para que se regenere y así evitar que la estructura sufra de manera irreversible.

 

 

Cuando no prevenimos y llegamos tarde a la solución, caemos en la frustración. Peregrinamos en busca de soluciones mágicas, silenciamos el dolor con antiinflamatorios, matando al mensajero.

Buscamos plantillas milagrosas y al final acabamos cargando nuestra propia culpa, incluso difamando, sobre un profesional que, por mucho que quiera ayudarnos, no puede hacer el milagro de volver atrás en el tiempo.

 

Mi consejo está claro: no esperes a tener dolor, analiza tus sensaciones, cómo gastas el calzado, qué deporte prácticas, con qué intensidad y frecuencia y piensa que tu cuerpo siempre te avisa antes. Hazle caso.

 

Escrito por:

Dr. Martín Rueda
http://martinrueda.com/
Director del Centro de Podología Martín Rueda, clínica dedicada al estudio de las alteraciones de apoyo y análisis de la marcha y del gesto deportivo. Podólogo y Máster en Podología del deporte, responsable de Podología y Biomecánica del F.C. Barcelona y del CAR de Sant Cugat.

 

Fuente

Biosports
LOS PIES: NUESTRA BASE Y DONDE EMPIEZA TODO

No esperes a tener dolor, analiza tus sensaciones, cómo gastas el calzado, qué deporte prácticas, con qué intensidad y frecuencia y piensa que tu cuerpo siempre te avisa antes.

El esqueleto está formado por piezas óseas que, perfectamente encajadas a través de articulaciones con diversos grados de movimiento, forman la estructura de soporte del cuerpo.

Los pies, a modo de dos bóvedas, son la parte encargada de mantenernos y desplazarnos con una suavidad y amortiguación perfectas.

 

 

La planta de los pies está protegida por un tejido graso a modo de neumático para que el hueso no reciba la presión directa del suelo.

Además, tiene terminaciones nerviosas y sensitivas que nos informan de manera constante sobre las características del suelo y del peso soportado.

 

 

Cuando en alguna zona de la planta el peso es mayor al tolerado, la piel nos avisa con dolor o con la aparición de callosidades.

Esta información de carga también es transmitida a los músculos y articulaciones y el musculo aumenta su tensión para reducirla, modificando el apoyo.

Por este motivo, cuando aparecen zonas de callosidad, dolor o rozaduras en la planta, habría que valorar por qué se han formado y ofrecer una solución correcta, que puede ir desde una plantilla hasta un calzado adecuado o unos ejercicios específicos.

Por otra parte, gracias a este sistema de amortiguación elástico y natural, podemos mantenernos en pie en superficies irregulares, saltar enérgicamente y someter a los pies a esfuerzos que en ocasiones pueden suponer hasta diez veces nuestro peso.

Para que el esqueleto sea resistente a la vez que ligero, los huesos tienen en su interior una serie de mallas que les quitan peso y los hacen más resistentes, como ocurre con las columnas huecas o con los tirantes transversales que forman, por ejemplo, las grúas o las torres del tendido eléctrico.

Por tanto, las articulaciones se mantienen estables gracias un complejo sistema de cápsulas y ligamentos, además de la fuerza de los músculos.

Para poder soportar las cargas, las torsiones y los desplazamientos, sus superficies están recubiertas de cartílago, que por su contenido en agua y carencia de terminaciones nerviosas sensitivas, son capaces de hacer las funciones de amortiguación y disminución de la sensación dolorosa.

Con la edad este cartílago va perdiendo agua y se va volviendo cada vez más duro. Además, nuestro cuerpo pierde capacidad de reparación, por lo que muchas veces las alteraciones del equilibrio no resultan dolorosas hasta que, con el tiempo, por fatiga mecánica, el cartílago ha adelgazado demasiado y acaba lesionándose.

Los músculos, en cambio, están formados por tejidos elásticos que actúan sobre las piezas óseas con la tensión suficiente como para producir movimientos. Además, ayudan a mantener el equilibrio. Por esta razón, cuando hay alteraciones en los pies o en los ejes, el cuerpo se desequilibra y el músculo tienda a trabajar más, fatigándose y apareciendo signos de dolor o sobrecargas como las tendinitis.

 

 

Normalmente la persona joven tiene suficiente elasticidad y recursos como para cambiar su forma de caminar ante la presencia de una sobrecarga sin darse cuenta de ello, hasta que empieza a notar dolor.

Mediante los sistemas informáticos de análisis de cargas y videográficos que tenemos hoy en día, podemos detectar alteraciones en las presiones o en los ejes de carga antes de que produzcan dolor, es decir, podemos ofrecer una prevención.

Cuando se detecta un desequilibrio se compensa con soportes o plantillas, alzas, cuñas, etc., y con ejercicios adecuados o con cambios en la metodología del entreno (o incluso de deporte), dando tiempo a nuestro sistema para que se regenere y así evitar que la estructura sufra de manera irreversible.

 

 

Cuando no prevenimos y llegamos tarde a la solución, caemos en la frustración. Peregrinamos en busca de soluciones mágicas, silenciamos el dolor con antiinflamatorios, matando al mensajero.

Buscamos plantillas milagrosas y al final acabamos cargando nuestra propia culpa, incluso difamando, sobre un profesional que, por mucho que quiera ayudarnos, no puede hacer el milagro de volver atrás en el tiempo.

 

Mi consejo está claro: no esperes a tener dolor, analiza tus sensaciones, cómo gastas el calzado, qué deporte prácticas, con qué intensidad y frecuencia y piensa que tu cuerpo siempre te avisa antes. Hazle caso.

 

Escrito por:

Dr. Martín Rueda
http://martinrueda.com/
Director del Centro de Podología Martín Rueda, clínica dedicada al estudio de las alteraciones de apoyo y análisis de la marcha y del gesto deportivo. Podólogo y Máster en Podología del deporte, responsable de Podología y Biomecánica del F.C. Barcelona y del CAR de Sant Cugat.

 

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